Apuntes frente a la inercia y las ausencias en la derrota electoral, política y cultural. Ideas complementaroas. Por Mario L. Gambacorta.
En este documento, a partir de un acuerdo global con el diagnóstico de Mario Gambacorta según el cual el 19 de noviembre de 2023 se habría producido una derrota política y cultural que convalidaría y consolidaría la falta de claridad conceptual y la desconfiguración de objetivos en torno a un proyecto de país, ensayaremos algunas ideas complementarias que -entiendo- pueden contribuir a definir la terapéutica a aplicar para revertir esa derrota, y definir y delinear un modelo de Nación que tome como referencia los mejores momentos de nuestra historia política e intelectual.
1.- Falta de claridad conceptual
En cuanto a la falta de claridad conceptual, que Gambacorta sintetiza, para el terreno de la política partidaria, en términos de “vaciamiento de significados que viene permeando desde hace décadas”, el mejor ejemplo de este vaciamiento de significados es el empleo habitual, en sentido polémico, de las palabras “populismo” y “neoliberalismo”, vaguedad e imprecisión sólo se explica si se advierte su eficacia para la lucha política.
No me detendré en este trabajo en el análisis de esas palabras y a su uso polémico -tema al que le he dedicado un ensayo anterior-, sino al empleo falaz y mentiroso, en el discurso del actual presidente, de palabras como “libertario” y “casta”, o en la alusión permanente, también falaz y mentirosa, a Juan Bautista Alberdi y sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina como fuente de inspiración de las políticas públicas desarrolladas por su gobierno.
Tanto la campaña que llevó a Milei a la victoria, como las medidas que ha impulsado desde el 10 de diciembre, ponen en evidencia que este uso falaz y mentiroso de palabras y bibliografía, no responde a la ignorancia sino a una intencionalidad perversa y antisocial.
Cuando Milei se dice “libertario” y “anarco-capitalista”, o cita falazmente a Alberdi, no se equivoca: miente. Y miente, porque el uso falaz y mentiroso de palabras e ideas no es inocente, tiene un objetivo preciso: imponer un discurso hegemónico que sirva de base, de sustentación a un proyecto político, económico y social ultraconservador-autoritario-reaccionario.
Con respecto a las mentiras que se desprenden de su autoidentificación como libertario o anarco-capitalista, cuando el presidente se apropia de las resonancias revolucionarias que el lenguaje anarquista de fines del siglo XlX y principios del XX evoca en el electorado juvenil y lo distorsiona, lo hace con el fin de aprovecharse de esa connotación positiva para imponer un programa reaccionario.
Sobre la palabra “libertario”, sinónimo de “anarquista”, su empleo por parte de Milei nada tiene que ver con el anarquismo, y sí mucho con lo que en el mundo anglosajón se conoce como libertarían; vocablo que, si no buscara deliberadamente generar confusiones y malentendidos, debería traducir como “libertariano”.
Los resultados de confusiones y malentendidos no son inocuos, pues en nombre del pensamiento libertario se formulan propuestas que están en sus antípodas. Si el lema antiautoritario del anarquismo es “Ni dios, ni patrón, ni estado”, el de Milei es “Dios, Patrón y Estado mínimo”, entendido éste como aparato represivo (el aspecto del Estado que más rechazan los auténticos libertarios), amparado por “las fuerzas del cielo”, al servicio de la protección de los derechos de los grandes propietarios.
Por eso, su autoidentificación como “anarco-capitalista” es también absurda. La palabra “anarco-capitalismo” es un oxímoron, porque anarquismo y capitalismo -y más aún “capitalismo” como lo entiende el presidente- son opuestos.
Mientras el anarquismo tiene como horizonte la libertad, el capitalismo es una institución autoritaria, definida por la relación anti-igualitaria entre patrón y trabajador, en la que éste entrega una porción de su libertad a cambio de una prestación económica. El gobierno de Javier Milei nada tiene que ver con el anarquismo ni con las ideas libertarias, y sí con el más salvaje de los capitalismos.
Sobre la vaguedad e imprecisión de la palabra “casta”, salta a la vista que su significado ha variado aceleradamente desde que empezó la carrera de Milei hacia el poder hasta la fecha de redacción de este documento, y seguramente seguirá variando de aquí en más.
Si en un primer momento con ese término se designaba a toda la dirigencia política, las vicisitudes de la contienda electoral hicieron que, para la fecha del ballotage, pasara a designar más o menos lo mismo que para el macrismo significaba la palabra “populismo”: al tiempo que entre los colaboradores del candidato comenzaban a aparecer personajes como Guillermo Francos, Martín Menem o Ricardo Bussi -fácilmente identificables con la “casta” tal como se la concebía hasta entonces-, “casta” se convirtió en mero sinónimo de “kirchnerismo”.
El contubernio electoralista con Mauricio Macri y Patricia Bullrich terminó de confirmar ese cambio de significado. Hoy, luego del fracaso en Diputados del Proyecto de “Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” y el ingreso de Scioli al Gobierno Nacional, ya no es sinónimo de “kirchnerismo” (si bien lo incluye), y ha pasado a designar a todos los que no han votado a favor de la ley o se han manifestado en contra de alguna política impulsada por el gobierno (kirchneristas, pero también gobernadores -sea cual sea su signo político-, miembros del PRO, radicales o aún legisladores de su propio partido -como Carolina Píparo-, que creyeron conveniente modificar algún inciso de algún artículo del proyecto caído por decisión presidencial.
La palabra “casta” designa ahora a los supuestos enemigos de Milei.
En cuanto a las mentiras sobre Alberdi, Milei ha decidido ignorar que, si bien Alberdi era liberal (como casi todos los de su generación), su liberalismo se encontraba enmarcado en un proyecto romántico de Nación, en el que el Estado aparecía como pieza fundamental, en tanto aparato de dominación, para la construcción de ese proyecto.
Un proyecto en el que, siguiendo a Echeverria, el elemento principal para constituirse como nación sería la fraternidad, que haría posible la igualdad, la libertad y el sistema institucional.
En síntesis, el Estado para la Nación y no la Nación para el Estado. Y, precisamente para alcanzar la fraternidad entre las provincias, Alberdi postulaba la necesidad de un Estado fuerte en su función de promotor de un desarrollo económico en el que los intereses regionales se encontraran articulados, desde un poder ejecutivo con muchas facultades, pero limitado por leyes.
Nada que ver con un discurso que, desde un individualismo exacerbado, alienta el enfrentamiento entre hermanos y se olvida del proyecto de nación, incrementando la desigualdad y la esclavitud de unos en detrimento de la libertad de otros, al promover la desregulación total de la economía y su entrega a los dictados del dios mercado.
Ello, contradictoriamente sumado (en términos estrictamente liberales) a un poder ejecutivo legislador absoluto, que demuele el sistema institucional al exigir al Congreso que apruebe a libro cerrado un Decreto de Necesidad y Urgencia y una ley -hoy caída- que incluyen, o pretenden incluir, “TODO”; y extorsionar a la Justicia para que convalide esas normas, invocando como principal argumento para justificar su pedido la supuesta reacción negativa del mercado ante la eventualidad de que el DNU y la ley sean declarados inconstitucionales.
Alberdi nunca hubiera avalado la desmesurada atribución de facultades delegadas que el presidente quiere que le concedan: es un insulto a su obra que el proyecto haya sido llamado, como homenaje, “Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”.
2.- Vaciamiento de significado
Ahora bien, si la mentira ha logrado consagrarse tan fácilmente, ello es porque, como señala Gambacorta, las palabras vienen sufriendo un vaciamiento de significado desde hace décadas. Y, por eso, se ha llegado a un punto en que palabras e ideas sólo tienen el significado que quienes las emiten, y quienes son sus receptores quieren que tengan. Y nadie se da cuenta, y a nadie lo escandaliza, y a nadie le importa.
Pero las palabras y las ideas no significan cualquier cosa.
Por eso, la batalla que hay que librar para combatir el discurso hegemónico que el gobierno busca consagrar, e imponer en cambio una hegemonía alternativa de signo contrario; es una batalla cultural, económica, social y política, pero también -quizás antes que todo eso- una batalla por el significado de palabras e ideas.
La coherencia y la consistencia del proyecto que se impondrá sobre el modelo ultraconservador autoritario reaccionario (falazmente autoproclamado como anarco-capitalista o libertario) dependen del acuerdo de sus impulsores en torno al significado de palabras e ideas.
Los significantes tienen que recuperar significados precisos para superar el frágilmente leve programa de “unidad en la diversidad” promovido por quienes defienden una democracia sin contenidos, y reemplazarlo por un proyecto verdaderamente democrático, en el que la conformación de un bloque unificado a partir de un acuerdo básico sobre un modelo de país, habilite una diversidad productiva que no conlleve cuestionamientos de fondo al proyecto y garantice una dinámica de permanente perfeccionamiento.
3.- Dos proyectos opuestos
Ese proyecto de país es, como se adelanta en el anterior documento, un proyecto auténticamente democrático que se planta en contra de un ensayo autoritario.
La puesta en escena del presidente disfrazado de comando supervisando atentamente el funcionamiento del protocolo anti-piquetes desde el Departamento de Policía, durante la primera protesta contra su administración, no ha sido más que el inicio de su intento de instalación de un régimen autoritario.
La represión indiscriminada los días del tratamiento en la Cámara de Diputados del Proyecto de “Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”, su continuidad. ¿Qué sigue?
Milei le ha declarado la guerra al pueblo, y el pueblo debe resistir y vencer: aspirar a la fraternidad implica que, en estas circunstancias, la consigna vuelva a ser democracia vs. dictadura. Democracia basada en la fraternidad y en la racionalidad dialógica vs. una dictadura fundada en la competencia feroz y en la racionalidad instrumental. Hegemonía represiva y reaccionaria vs. hegemonía alternativa fraternal y democrática.
En materia económica, el proyecto alternativo al de Milei promueve como objetivo prioritario, en la tradición del peronismo histórico, la industrialización y el desarrollo económico basado en el consumo interno.
O sea, fraternidad y democracia en el terreno de la economía, pues para que el consumo interno sea lo suficientemente poderoso como para motorizar la producción, es necesario que haya pleno empleo y una burguesía industrial en igualdad de condiciones y en alianza con los trabajadores. Como proponía Sarmiento, crecimiento y redistribución en simultáneo para el desarrollo económico.
Este modelo económico requiere de un modelo laboral basado en el trabajo industrial dependiente y tutelado por el Estado, y en el cooperativismo solidario, opuesto al seudo-cooperativismo prebendario y clientelista que se impuso durante la década menemista.
Con respecto al trabajo dependiente, el proyecto hegemónico alternativo no avala ninguna forma de precarización mediante lo que los propagandistas del proyecto enemigo llaman “flexibilización”.
Inventar una supuesta “industria del juicio” para justificar -con el pretexto de eliminarla- la reducción de las indemnizaciones no es flexibilización: es precarización. Aumentar el plazo del período de prueba para no pagar indemnizaciones no es flexibilización: es precarización. Definir a las contribuciones patronales como “impuesto al trabajo” para justificar su reducción implica desfinanciar el sistema jubilatorio y no es flexibilización: es, también, precarización.
El trabajo no se recupera con precarización, sino con desarrollo económico fraterno y productivo.
En cuanto al trabajo autónomo, no forma parte del proyecto alternativo aquel en el cual, en virtud del discurso hegemónico que se pretende imponer, el trabajador se convierte en emprendedor/empresario (o eso le hacen creer), y se autoexplota.
El único trabajo autónomo que forma parte del modelo de país alternativo al de Milei es el que resulta de un cooperativismo fraterno y solidario, en el que los socios cooperativos se sientan parte de un esfuerzo común e igualitario, del que todos obtengan resultados proporcionales a su contribución al esfuerzo común, y no un falso cooperativismo en el que la cooperativa sea la propiedad de empresarios corruptos que utilizan la forma cooperativa para aprovecharse del trabajo dependiente sin reconocer los derechos laborales de sus trabajadores.
Por eso, tampoco avala modalidades de supuesta autonomía, como las que ha facilitado el Régimen Simplificado para Pequeños Contribuyentes, que en muchísimos casos no mejora la situación impositiva de los trabajadores independientes, sino la de empresarios explotadores (“dueños” de falsas cooperativas o no), que aprovechan el monotributo para contratar trabajadores dependientes y hacerlos pasar como autónomos para no pagar contribuciones patronales.
Este proyecto alternativo está en las antípodas del pensamiento del presidente, quien ha sostenido más de una vez que el concepto de justicia social es una aberración, pues al consistir -para el- la justicia social en robarle a algunos para darles a otros, su consagración como principio convierte a la sociedad en una sociedad de saqueadores.
Seguramente el presidente ignora que Proudhon, que, con mejores argumentos, decía lo contrario: que lo que era un robo era la propiedad, porque significaba el saqueo por parte del propietario improductivo del excedente derivado del trabajo colectivo de los verdaderos productores de riqueza, los trabajadores.
Pero como Milei falsea el sentido de las palabras y de las ideas, lo más probable es que -si se digna a leer a Proudhon- no esté dispuesto a debatir sin agresiones (algo propio de él) con ideas socialistas provenientes del campo del verdadero anarquismo que bastardea al denominarse anarco-liberal.
Por eso, también cabe recordar lo que postula un liberal como John Rawls -quizás para Milei también socialista-, quien defiende la justicia social como mecanismo para corregir las desigualdades económico-sociales, a las que considera el resultado de una “lotería natural”, que nada tienen que ver con el mérito y son esencialmente injustas.
La justicia social no es saqueo, es la forma de reinstaurar una justicia que no existe en la naturaleza.
Tener claro cuál es este proyecto de país implica también tener claro cuál es el proyecto enemigo, representado actualmente, y de manera dramática, por el gobierno pre-dictatorial de Milei, pero antes por la dictadura cívico-militar propiamente dicha, y por las administraciones de Menem y Macri.
Ese proyecto es el del autoritarismo político, la primarización -el campo es nuestra principal riqueza, afirman falazmente sus promotores-, el extractivismo, el enclave industrial, la promoción del mercado externo por sobre el mercado interno, la expansión del aperturismo financiero y la restricción y quita de derechos laborales y sociales.
Tomar conciencia de esa contradicción fundamental es crucial, pues precisamente la falta de claridad en torno a las consecuencias de uno u otro proyecto político, económico y social ha conducido a una crisis sistémica, en la que no sólo los gobiernos antes mencionados han llevado adelante conscientemente el proyecto enemigo: la mayor parte de los gobiernos democráticos desde el ’83, consciente o inconscientemente, han sido cómplices de la tragedia argentina.
La circunstancia actual, sin embargo, es mucho más grave, pues en estos momentos, además de los derechos económicos y sociales, también se encuentra en riesgo, como nunca antes, la democracia política.
Si durante 40 años hubo gobiernos que consciente o inconscientemente tomaron medidas económicas y sociales antidemocráticas y antipopulares, lo que nunca se puso en duda fue el consenso sobre la necesidad de la democracia política alcanzado en 1983: la dictadura estaba todavía demasiado presente en las mentes y en los cuerpos de la mayoría de la población.
Ahora, en cambio, la falta de claridad conceptual y el vaciamiento de significado de palabras e ideas, sumados a la cantidad de años transcurridos desde el final del gobierno militar, facilitan el avance sobre las instituciones democráticas, para repetir sin obstáculos la alianza entre autoritarismo político y autoritarismo económico y social que, en la década del ’70 personificaron Videla y Martínez de Hoz, y hoy tiene las caras de Milei (o Villarruel) y Sturzenegger.
El discurso anti-casta de Milei no tiene por objetivo atacar ningún supuesto privilegio de ninguna supuesta casta (en cuyo caso hasta podría ser bienvenido), sino predisponer a la sociedad contra la dirigencia política para, limitar en la práctica, de la forma que sea, el funcionamiento Congreso.
No es un escenario distópico lejano: la distopía ya está entre nosotros, y la falta de predisposición para escuchar a otros y lograr acuerdos, más la represión a quienes se oponen, son un paso más hacia la muerte de la democracia política y la convalidación del autoritarismo.
4.- Cómo llevar adelante la lucha
Corolario de estas ideas, queda por definir quién es el actor político indicado para liderar la lucha y articular a los distintos sectores que se sumarán a la resistencia que deberá imponer el proyecto hegemónico alternativo al actualmente gobernante.
En tal sentido, ninguno de los partidos que se dicen populares se encuentra en condiciones de cumplir esa tarea. No lo están ni el peronismo, ni el radicalismo, ni el socialismo, ni la izquierda trotskista: la política clientelista y electoralista ha minado sus bases, los ha vaciado de contenido y, a esta altura, son una pálida sombra de lo que fueron.
El radicalismo, que en 1890 nació revolucionario con Alem, y en 1983, con Alfonsín, lideró una revolución democrática que dejó atrás más de 50 años de dictaduras, hoy se confiesa tristemente reformista, como lo proclama sin avergonzarse el presidente del bloque radical de diputados, Rodrigo de Loredo. El mismo que, al iniciarse el debate del Proyecto de “Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”, afirmó que el radicalismo no iba a liderar ningún proceso de rechazo a nada, aunque se olvidó de decir que tampoco iba a liderar ningún proceso de construcción de algo. ¿Para qué está un partido político si no tiene la ambición de liderar algún tipo de proceso de cambio?
En cuanto al Partido Socialista, ya hace tiempo que dejó de ser socialista: la palabra “socialista” -como tantas otras palabras en la Argentina- es un mero rótulo que identifica a una agrupación sin identidad alguna. ¿Cómo puede reivindicarse con ese nombre un partido en cuyo discurso ni se menciona la lucha de clases y que ha dejado de reclamar, como principal reivindicación, la redistribución del ingreso? La presencia del socialismo en una coalición conservadora no hace más que demostrar la falta de rumbo de un partido que tuvo entre sus miembros a personajes de la talla de Juan B. Justo o Alfredo Palacios.
Similares consideraciones caben expresar respecto de una izquierda trotskista totalmente vaciada de ideología marxista. ¿Qué puede decirse de agrupaciones que, en vez de acompañar las luchas obreras, prefieren liderar, de una manera vaga, imprecisa y oportunista, las de las mujeres, los jóvenes y los jubilados? Tampoco tienen ambición de poder, ni aspiran a transformar la sociedad: quieren obtener bancas en el parlamento y mantener el control de organizaciones beneficiarias de planes sociales.
Finalmente, en relación con el peronismo, se trata de un grupo político que ha gobernado durante gran parte de los últimos 40 años y, si bien sus administraciones han presentado luces y sombras, es claro que no ha profundizado la transformación de la economía y la sociedad que inició Perón en las décadas de 1940 y 1950.
En cambio, si algo ha caracterizado a algunos integrantes de esta gran fuerza es su inmensa capacidad para hacer una cosa y, al otro día y sin inmutarse, la contraria. Mejor que hablar de peronismo, y en la medida que el extremo pragmatismo lo permita, habría que hablar de peronismos y de peronistas. Y eso implica, necesariamente, que el peronismo como tal no pueda ser solo, el articulador de la resistencia, pues en su seno coexisten elementos comprometidos con los ideales populares junto a otros decididamente reaccionarios.
Ningún partido se encuentra en condiciones de articular la resistencia: a gran parte de sus dirigentes les importa ganar una elección y repartir cargos en el aparato del Estado, y no liderar una lucha e imponer un programa hegemónico alternativo.
Sin embargo, en nombre de las banderas históricas de los partidos populares, sí resultarán productivos los aportes individuales de quienes, identificados con ellas, siguen aspirando a encontrar un cauce a las justas y legítimas aspiraciones de construir un país mejor.
¿Quién puede, entonces, ser el articulador de los individuos y grupos que están en contra del proyecto hegemónico ultraconservador-autoritario-reaccionario representado por Milei y sus secuaces?
Al respecto, si la democracia implica fraternidad y el desarrollo económico-social es resultado de un proceso de confrontación y composición de intereses, el sindicato -institución fraterna y solidaria por excelencia- aparece como el actor político indicado para liderar la lucha y articular a los sectores que se sumaren a la resistencia.
El éxito del paro general y la movilización convocados el 24 de enero por la Confederación General del Trabajo, así como los resultados favorables de los amparos presentados por la central obrera contra los aspectos laborales del Decreto de Necesidad y Urgencia, demuestran que ese es el camino.
Dado que el sindicato asumirá en esta etapa una responsabilidad más política que gremial, deberá tener muy claro que su función prioritaria será la articulación de intereses, y la lógica del conflicto tendrá que subordinarse a la de la cooperación.
Al sindicato le tocará enfrentar la responsabilidad de ser el principal promotor del modelo democrático de desarrollo industrial autónomo basado en el crecimiento del mercado interno, delineado en los párrafos anteriores.
¡¡A iniciar esta lucha con los sindicatos a la cabeza!!