Por Mario L. Gambacorta
1. Reflexionando con automatismo frente a la desesperación de la dilución democrática
Estamos en una etapa de retroceso. Una etapa de reacción, desconfiguradora del avance evolutivo de la humanidad. Una era en que, las pulsiones tanáticas y la desesperanza, conducirán a la desesperación y el desastre, si no nos sabemos defender de los que han ganado la batalla cultural aniquiladora de ser
El humanismo ha perdido una nueva batalla cultural. Perdido la voluntad y fuerza para la transformación con justicia. Marchamos hacia una forma cultural de retrogradación planetaria; no en términos astronómicos sino socio-políticos. Volvemos a formas primitivas de institucionalidad que, en términos de evolución parecían superadas. Vamos hacia una suerte de nueva baja edad media: peste, hambre, guerra, muerte -con o sin apocalipsis-. Pero lo hacemos con nuevas tecnologías: un tecno-feudalismo.
Lo antedicho parecería expresarse más desenfrenadamente en los países periféricos, donde, paradójicamente, ser parte del capitalismo no implica ser capitalista. Donde las elites buscan no abandonar ni dejar de reencontrarse con sus privilegios formales. Privilegios que denotan la consolidación de la diferencia; la disminución estamental del otro; la reconfiguración institucional de una categoría humana inferior. Se sitúa lo desigual en un lugar minúsculo en términos de incidencia, subordinado y acotado al ámbito determinado desde la formación hegemónica que reposa en la exclusión.
Así, con el construido debilitamiento de derechos -por vía de facto e inclusive de derecho- se consolida la fuerza organizada desde los márgenes de los recursos privados, se yergue una confederación privada-estadual, de prevalencia privatizadora; tanto para los cuerpos como las almas.
Se reconfiguran las correlaciones de fuerzas deshumanizadoras de, y dirigidas a quienes puedan llegar a cuestionar alguno de los preceptos materiales de la moralidad hegemónica; que se enaltece y visibiliza para la destrucción ajena, en la lógica del dios mercado y una emergente nueva sociedad de tecno-castas.
Surgen héroes de y en la virtualidad; virtuales por su dinámica intangible; ajenos a los que van dejando de ser seres humanos con derechos, sujetos de derechos limitados, ajenos a los Estados, ajenos a la humanidad; emblemas de una virtud que surge de la hegemonía de la globalización apátrida.
Estamos con una artificial completitud impuesta que, no nos quedan al presente palabras para definirnos. Nos las sacaron. Se las apropiaron, tanto cuando les sirven como cuando las estigmatizan.
Nos sumergen en una ausencia de sentido que, emerge del espejo permanente en el que se refleja una supuesta realidad que se nos da. Se nos agotan los términos. Se nos agotan los tiempos sin acción.
Ante esta carencia para definir, para nominalizar lo que va quedando afuera; tenemos que comenzar a ver y categorizar lo que se busca derrotar y reubicar en un rol subordinado, sin retorno.
¿Nos resignamos? ¿O evidenciamos como imprescindible construir una nueva gramática, un nuevo discurso, un nuevo proyecto? Porque estamos cada vez más en los suburbios de la lógica imperante.
¿Hay que desistir del populismo, o redescubrirlo y reconfigurarlo? O mejor aún, definirlo en un sentido emancipador. Quizás trabajar para que se lo reivindique con el tiempo. Puesto que también evidencia al pueblo y no las deformaciones de algunos con el pueblo.
La terminología despectiva en una idea poco clara, puede dejar de serlo y hasta devenir contundente. Mediante la crítica del populismo se rehúsa todo lo popular, en especial su cultura, por no entenderla o no querer entenderla; neutralizarlo contribuye a neutralizar las posibilidades y potencialidades del pueblo como sujeto transformador.
Es así que, se nos presenta como más acorde a los tiempos que corren y para un mejor ideario, la palabra plebeyo. Esta, puede evidenciar una instancia de respuesta identitaria, de nucleamiento en vista a una nueva organización, inspirada en una lógica de siglos relegados, de siglos relegando a los relegados.
Queremos vincular una categoría plebeya con lo que hoy se llama, poco claro y convergentemente, populismo. Populismo que, no nuclea a un pueblo si es diluido en lo que, híbridamente es reconfigurado como “la gente”. Así, se excluye, con categorías peyorativas, a los sectores bajos y postergados, a los descartables: lo que históricamente fue y es plebeyo.
Esto merece una respuesta, y la respuesta proponemos categorizarla como plebeya. Cabría entonces, comenzar a defendernos y consolidarnos como plebeyos.
2. Por qué ser plebeyos
Para ser plebeyos podemos comenzar por sustentarnos en, e internalizar y actualizar la experiencia de la Roma antigua. Dotar de analogías y acciones este nuevo ser populista sobre la base del actuar plebeyo, y su largo y conflictivo camino a la ciudadanía frente al patriciado de ayer y hoy.
Ser patricio no siempre es ser patriota. Y desde allí, aprenderemos de la base identitaria plebeya, de las cofradías -de sus similitudes y antagonismos-, de las secessio plebis, de sus tribunos, de la inclusión en la vida política, y hasta de la reconfiguración institucional y constitucional que se merece como plebeyo.
De lo contrario, sin respetarse secuencias históricas; colegimos que seremos menos que plebeyos, probablemente los nuevos tecno-siervos de la gleba: Estaremos en presencia de versiones modernas de los pares de Francia para los privilegiados -que tampoco pagan impuestos al igual que aquellos-.
Padeceremos la desconfiguración del orden social tutelar, que ha sido convergente en un marco de derechos democráticos. Veremos que se los reconfigura en línea con los privilegios económicos que se detentan, y quiere sedimentar: una tecno-oligarquía global, amén de sus patéticas réplicas tributarias desde la periferia.
Como factor de poder, las elites tecnológicas y sus subsidiarias, han conseguido concentrar más que nunca el poder económico. Ahora van por algo que lo institucionalice en términos políticos, estables y paradigmáticos; en términos hegemónicos.
Buscarán consolidar, un orden estamental, rígido y diferenciado. Excluyente de la transformación en cuanto a lo alcanzado, especialmente desde lo social. Estructurarán y adaptarán su credo, como; a modo de ejemplo, ya vienen haciendo con el emprendedurismo; para que se pueda sentir al menos la posibilidad y fantasía de pertenecer -o consumir-; al menos, cuando se compra algo que hace al poder, que es parte de ese poder.
Estamos hablando de un poder que se burla de las mayorías, se burla de los pobres, de los excluidos. Y lo hace con la ignorancia que nutre la mirada y la crueldad de la acción. Vale apreciarlo en la moda que toma la basura como arte, y lo vende muy caro… “para divertirse”.
Se venden por grandes marcas productos “símil” basura, a precios fuera del alcance y la dimensión de los marginados que, a menudo sobreviven utilizando esa basura; no, obviamente, como moda; ni jamás podrán comprarla como tal, aunque sea lo mismo que trabajan.
Las cosas pueden ser sustancialmente iguales; pero, adjetivamente, el poder las hace accesibles o inalcanzables. Mientras tanto, el Estado es parte minoritaria en estas definiciones, o peor aún, termina cooptado para acompañarlas pasivamente.
Las oligarquías, tecno o no, se burlan de los Estados nacionales, en términos formales; y de las sociedades -en términos informales pero directos-. Están fuera de aquellos en términos de autopercepción, pero logran hacerle creer a estas últimas que las hacen partícipes de la “diversión” que promueven; donde las gracias la hacen los felizmente manipulados.
El poder hoy más que nunca nos embrutece y se embrutece, en un proceso vicioso de auto subsistencia. Ese embrutecimiento ilustra sin lustre, ordena una versión libertaria que asimila con el espejismo de la pertenencia rígida y autonómica a la vez: contradicción armonizada en la esquizofrenia comunicativa.
Ese poder, se nutre de una suerte de nuevo lumpenaje: admirador de lo que no tiene, expectante ante las sobras que alguna incierta oportunidad les podría otorgar residualmente. Se nutre de sectores medios que suelen no tener rumbo, esgrimen orgullosos su poca cultura y más aún su indolencia; solo se apiadan de su propia mezquindad.
Un poder pleno y vacío, sin dirección más que la eliminación de lo distinto y hasta lo igual; y por eso, más tarde o más temprano, destructivo y autodestructivo. Pero antes, destructor de la paz, la belleza, la armonía, el ambiente -su ambiente y el de los otros-.
Un poder destructivo, cada vez más y mejor organizado, porque sigue institucionalizándose; organizándose para no dejar nada distinto de lo que cree que es distinto.
Un poder organizado para que no se lo pueda confundir con lo que desprecia; que, probablemente, no es otra entidad que la que el mismo conforma.
Un poder que no es lo que quiere, no sabe que quiere en términos de proyecto colectivo, no sabe si le importa; pero quiere serlo individualmente, y no serlo, si hay que resignar parte de su individualidad egoísta.
Un poder que tiene miedo a ajenos y propios. Por eso, en lo único que confía es en las fuerzas represivas organizadas. Le ordenan lo que quiere ordenar, pero sin hacerlo el mismo.
Un poder de quienes quieren destruir la otredad, aunque saben más o menos que, si lo hacen se verán a sí mismos.
Un poder que sabrá mejor o peor que se equivoca, aunque sin reconocerlo, que trasladará las responsabilidades a quienes lo acompañaron; y entonces, todos juntos -conductores y conducidos- se victimizarán. Victimarios-víctimas que estarán peor por lo que apoyaron, solo aceptarán que nada es como ellos merecen, tampoco su merecido. Luego se reformularán, pidiendo libertad sin espacio, y espacios sin libertad, todo para construir una nueva libertad capciosa para reiniciar su errar.
Confusiones propias de los egoístas, que lo serán hasta que algo externo los reconfigure o aplaste. Algo que quizás vendrá de sus entrañas, de las entrañas de lo que los enrola, o de otras entrañas.
Ante estas patologías, denegatorias de la vida, la felicidad y la trascendencia; ¿qué hacemos?
Solo se nos ocurre una respuesta sintetizadora de una estrategia integrada, integradora y compleja: construir mecanismos para una autodefensa plebeya. Asumiendo lo que ella implique y cueste. Nos atrevemos a sostener que, sólo esta dinámica, nos permitirá consolidar un modelo como utopía orientadora.
Ahí deberemos aprender de los plebeyos, en especial de los plebeyos romanos, como configurar objetivos y acciones, y proceder en consecuencia.
3. ¿Qué sería una autodefensa plebeya? ¿Qué podría hacer ante la ofensiva arrasadora de derechos?
En el actual contexto global y local, donde la agresividad de los grupos extremistas es cada vez más visible y explícita, cabe preguntarse qué hacer o no hacer.
Hay acciones que llevar adelante, pero qué tipo de organización se requiere, qué discurso se puede oponer a los niveles de agresividad que; por cierto, puede continuar in crescendo; en Argentina y a nivel global.
Se suele refiere a un actuar orientado a limitar los denominados discursos de odio, pero ¿cómo? ¿esto sólo alcanza?
Estos discursos son producto de una estrategia mayor para desestabilizar cualquier propuesta que, ya denominamos e integramos como plebeya, pero también son consecuencia de las caracterizables como, promesas incumplidas de la democracia.
Ante una agresividad cada vez mayor en los dichos y progresiva en los hechos; ¿cómo se sigue? ¿cuál es la mejor manera de responder?
Se postula que no hay que responder directamente a la violencia con violencia, porque tal proceder puede generar una escalada. Es una posibilidad cierta.
Asimismo, creemos que hay un subyacente factor de temor expreso potenciado; por entenderse que, en esa escalada los plebeyos perderían y la represión sería mayor hacia los sectores populares.
Por otra parte, cabría indicar que la escalada violenta antiplebeya tampoco viene siendo contenida suficientemente con las herramientas legales en materia de disuasión y hasta la represión procedente y enmarcada en un Estado de Derecho que esperaríamos en salvaguarda de los derechos alcanzados.
Esto, se verifica en inacciones o acciones, por ejemplo, por parte de fuerzas de seguridad, con el beneplácito de sectores judiciales, en beneficio de determinados actores y en desmedro de otros -plebeyos-. Situación convergente con la potencial escalada y sus potenciales resultados.
Para todo ello y para finalizar, no se debe esperar que la realidad genere las acciones con su propia dinámica, sin encontrarse al menos algunas respuestas que, aunque seguramente insuficientes, comiencen a meditarse y elaborarse.
A modo de ejercicio exploratorio, enunciamos algunas opciones a explorar, respecto de lo anterior, para los sectores que categorizamos como plebeyos:
· Mantener una actitud pasiva en cuanto a posibles acciones de respuesta. Esto en un marco caracterizable como de prudencia, aunque a menudo acompañado de indefinición en cuanto a la toma de decisiones. Quizás por no encontrarse claro qué definir y quién lo definiría. Lo que a su vez evidencia un tema a resolver en términos superadores de la actual y extendida coyuntura -des-organizacional.
· Explorar un discurso más convincente e integrador para desactivar los denominados discursos de odio y las acciones que lo acompañan.
· Analizar no solo la situación actual sino también la proyección de los procederes, ante las victorias electorales de esas fuerzas “antipopulistas”; entendiendo y diferenciando el escenario, impulsando la prospectiva de situaciones, tanto en función de las victorias o derrotas en los comicios, como respecto de potenciales escenarios.
· Promover acciones de concientización y compromisos de, hacia y con las fuerzas de seguridad, para garantizar la no violencia y la seguridad consensuada.
· Direccionar reclamos hacia ámbitos y escenarios estratégicos.
· Definir como garantizar, en distintos ámbitos y situaciones, la seguridad de los plebeyos, y por quien debe organizarse; así cómo, de qué maneras.
· Establecer mecanismos y eventuales respuestas a situaciones complejas en términos de agresividad externa e interna.
· Reconocer o no, si se requieren establecer mecanismos defensivos y/o autodefensivos por las potencialidades de la violencia (verbal, física, armada).
· Estipular que la autodefensa debe priorizar mecanismos pacíficos y preventivos.
· Reconocer como necesidad la organización y la disciplina partidaria. En tal sentido impulsar conducciones centralizadas, permanentes, operativas, y articuladas.
· Ante la violencia institucional, explorar eventuales formas de desobediencia civil que evidencien la represión, y traten de contenerla; dirigiéndose a poner en crisis el accionar represivo, en especial la violencia física y/o detenciones.
· Estar dispuestos a hacer colapsar las acciones represivas, por ejemplo, por saturación. Ej: detenciones en forma masiva, concentraciones en los lugares de detención.
· Buscar establecer garantías a la seguridad, fuera y dentro de ámbitos de detención.
Finalizando, somos plebeyos, seremos plebeyos, configuraremos una autodefensa plebeya, y buscaremos una sociedad plebeya. Quizás esa sociedad no sea otra cosa que, una sociedad democrática, industrializada con justicia social.